miércoles

No eran más que pamplinas

Y escribía, no paraba de escribir. De releer, de tachar. Escribía que tenía ganas de tenerle. Que quería saber cómo sabía, quería saber cómo respiraba, quería saber cómo reaccionaba, cómo intentarían calmarse, exaltarse, excitarse, sonreírse, gritarse, cantarse, susurrarse, morirse en ellos, tenerse, comerse, contentarse, cómo intentarían que todo fuera bien . Escribía que leían juntos, que bailaban encima de la cama juntos. Que corrían juntos una madrugada en ciudad de nadie, también ponía comas entre frases que no era, ni es, capaz de decir, guiones en diálogos inventados que antes de dormirse, ella imagina que se dicen. Escribía que compartían adrenalina, que no se cansaría de morderle las orejas, ni tampoco de contarle libros, de ponerle posits al irse a la oficina. No se cansaría de quererle. Escribía y encuadraba los motivos por los que podrían pelearse, picarse o enfadarse ellos, aunque se le hacía raro. Torcía la mano, y con letra de fin de siglo, ponía que en realidad no podría estar enfadada con él.
Se preguntaba así misma el por qué. Y escribía que él le daba la felicidad. Ella sabía, sabe, que no era una felicidad real. ¿Acaso sabía en realidad lo que era la felicidad? No la había experimentado tantas veces como para saber francamente qué era eso. ¿Tú lo sabes?
Empezó a recordarse de niña, pensó que quizá aquello fuese felicidad. Después evocó lágrimas, gritos y portazos, y eso no se parecía a lo que le habían contado acerca de la felicidad.

Pensó en la conversación con su amiga. ¿No crees que será demasiado tarde? Y ella, lacónicamente contestó que siempre sería tarde. Estaba convencida de que iba por detrás, que lo que en momentos imaginó, no eran más que pamplinas.
Seguía escribiendo cosas que ya no tenían sentido, le daba igual perder la coherencia en sus palabras, quería que fuese la última vez que escribiera sobre aquello, por eso no se dio prisa en acabarse lo que fumaba, ni lo que escribía. La nostalgia le relajaba, era amargo, pero le gustaba regodearse entre sus penas, que era de lo poco que seguro tendría en la vida.

Terminó de escribir a noche cerrada. Terminó de fumar a noche cerrada. Terminó de morir a noche cerrada.

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